Algo huele a podrido en Caguas: Una reseña de Los días hábiles
El pasado 11 de junio salió una reseña en 80grados de Los días hábiles. La cuelgo acá por eso de registrarla.
Algo huele a podrido en Caguas: Reseña de Los días hábiles de Sergio Gutiérrez, de Isabel Guzzardo Tamargo
En la heladería The Creamery where icecream meets heaven, hay una infestación de cucarachas: cuando lxs vendedorxs salen de la heladería “en los resquicios y entre las losetas y en el mínimo espacio entre los helados, dejan cien, doscientas, trescientas, cuatrocientas cucarachitas pequeñitas con sus alitas y sus antenitas y sus miradas atentas y juzgonas”.[1] Lxs trabajadorxs al igual que lxs clientxs intentan ignorar esta presencia perturbadora. El poder saborear ese mantecadito requiere hacerse de la vista larga frente a esas verdades duras; si no, la vida sería demasiado pesada y todos los pequeños disfrutes estarían contaminados. A pesar de todos los intentos de eludir la situación, estas cucarachas alertan a lxs lectorxs: “Something is rotten in the state of Denmark”. En Los días hábiles no estamos en esa Dinamarca de Shakespeare, sino que estamos en Caguas, Puerto Rico. Específicamente, en un centro comercial donde The Creamery comparte espacio con otros negocios que quizás nos suenen familiares: Subwich, Paccino’s Maccaronni & Oven, Bamboo Express, y Caribbean Cinemas.
En su tercera novela, Sergio Gutiérrez, nativo de este pueblo, majestuosamente captura la especificad de Caguas a la vez que nos muestra cómo la historia de Puerto Rico se puede contar desde “El Corazón de Borinquen.” Irónicamente, Caguas parece no tener historia: el texto dice que esta ciudad “tenía la increíble capacidad de borrarse a sí misma, a pesar de que, al mismo tiempo, sus montañas siempre están ahí, insistiendo en su presencia”.[2] Gutiérrez refuta esta proclividad a desvanecer y logra plasmar al pueblo y al país desde la brega de un grupo de jóvenes con un trabajo de salario mínimo. Dentro de esta heladería en Caguas, hay algo podrido: hay una “hartera” que está a punto de explotar.
A lo largo de la novela, vislumbramos progresivamente la interioridad de lxs empleadxs y sus diversas frustraciones, fantasías, y aproximaciones a la libertad. En The Creamery trabajan Carlos, Carlos, Juan Carlos, María C., Carla María, Maricarmen y Mario. Estos nombres no solo son ejemplo del sentido de humor de Gutiérrez, sino que también nos dicen algo sobre estxs tocayxs o casi tocayxs: que, a pesar de sus diferencias, a pesar de que casi no se conocen entre sí, a pesar de que no comparten entre sí sus vulnerabilidades y pensamientos, están todxs estrechamente relacionadxs. Como lectorxs, se nos obliga a localizar estas similitudes. Mediante una práctica astuta del estilo indirecto libre, los capítulos cambian de foco, permitiéndonos, de esta manera, una visión íntima de varios personajes. La habilidad de Gutiérrez brilla con su voz narrativa que magistralmente nos guía hacia profundidades psicológicas inesperadas. Gran parte de la novela está escrita en un estilo que podemos denominar como “fluir de la conciencia”, con oraciones largas y rítmicas que provocan un verdadero placer para lxs lectorxs. Encontramos un ejemplo cuando uno de los Carlos trata de entender a sus compañerxs de trabajo y cómo se diferencian de él en cuanto a sus planes de vida. Incluyo a continuación solamente un fragmento de la larga oración que detalla los razonamientos de este personaje:
. . . instantáneamente llegó a la conclusión de que todos sus demás compañeros de oficio no pensaban en un después de The Creamery, y no porque hubieran decidido dedicarse al helado por algún amor milagroso a la sustancia, sino porque simplemente no lo hacían, y, a pesar de esa falta de ganas, cuando esto había surgido en conversaciones pasadas, cuando se había tocado el tema directamente, pataleaban y se quejaban y decían querer echarlo todo abajo, a la vez que se los tripiaban a él y a Juan Carlos, como si querer vivir una vida llena de pasiones felices fuera algo que hay que explicar, como si él fuera un pájaro raro, cuando la verdad era que todos ellos eran los raros, que la mayoría del mundo quería vivir una vida de seguridad y comodidad, y sí, a veces se percataba de lo limitado de las opciones, de lo frustrante y asfixiante de todo, pero no es lo mismo estar feliz sabiendo hasta dónde dan las cadenas, que saberse irremediablemente encadenado y aun insistir en pelear contra ellas, como decía aquel poeta puertorriqueño angustiado que leyeron en una de sus clases. . .”[3]
Aquí Carlos no solo subestima los deseos de sus colegas, sino que también los propios. Uno de los momentos más conmovedores de la novela se da cuando este personaje se permite creer en los lazos del grupo y en la posibilidad de vivir un tipo de vida diferente, fuera de las limitadas opciones asfixiantes.
Lisa y Raúl, los dueños de The Creamery, forman parte de la estructura opresora con la que lxs heladerxs tienen que lidiar. Esta pareja es responsable de la típica explotación casual que se ejerce en estos trabajos: horarios arbitrarios que parecen tener la intención de dañar planes, horas over-time sin paga, breaks requeridos por ley que no se dan si la tienda está llena, y un paternalismo enfermizo. Además de ser dueño de The Creamery, Raúl es también un pastor, factor que solo agudiza el savior complex de esta pareja. Ambos sueñan con crear un ambiente donde los empleados no se sintieran como trabajadorxs sino “como hermanos”, un espacio donde pasaran tiempo por el placer que les proporciona, donde fuese tan divertido estar juntos que “se desapareciera lo de coerción”.[4] Lisa le pide a Carla María que imagine “como sería si ella y Raúl les dieran a todos todo lo que pudiera necesitar y, entonces, preguntaba, después de que alguien te cumple todas tus satisfacciones, para que querrías cobrar, o cobrar mucho, ¿ves?”[5] Lejos de ser un sueño comunista, Lisa pretende invisibilizar la opresión del capitalismo y su propio rol en su ejecución. La hipocresía de Lisa y Raúl es evidente cuando Carla María les señala los lujos que ellos disfrutan, pero que no creen aptos para sus empleadxs. Al escuchar esta discusión, María C. se percata de que ella define la libertad de manera diferente a cómo la definen Lisa y Raúl; para ella la libertad no puede incluir la codependencia o una ignorancia conveniente, la libertad es “como cuando una se deja de un novio y vuelve con él, ya sabiendo exactamente dónde comienza y dónde termina la relación”.[6]
Las profundas definiciones de cada personaje sobre su libertad y propósito individual contrastan con el sentido de humor y apatía por la política del país que todxs manifiestan. Gutiérrez nos enseña la forma en que las batallas políticas de soberanía suelen estar desconectadas de la población general, la cual esta abrumada con la sobrevivencia. Mientras que a la mayoría de lxs empleadxs no les importa mucho la política, Mario representa lo estéril que pueden ser las conversaciones del estatus. Como lectorxs puertorriqueñxs es imposible no reírse y quizás verse reflejadxs en la oscilación de Mario: algunos días defiende arduamente una revolución armada del proletariado en contra de todos los políticos, y de poder, al fin, empezar de nuevo con otro sistema, sin embargo, se queda sin respuesta cuando sus compañerxs le preguntan qué exactamente propone. Otros días, Mario plantea que sería mejor que Estados Unidos acabara de absorber la isla y por fin deshacerse de “los tres putos partidos”.[7]
Esta misma inacción la muestran lxs empleadxs hacia una huelga de camionerxs que sirve de fondo para la novela. No discuten entre ellxs las motivaciones de la huelga, sino que se presenta, más bien, como solo un estorbo por el tapón y la falta de clientela que provoca. No obstante, esta huelga refleja como en un espejo la “hartera” explosiva de lxs heladerxs: el mismo día que lxs camionerxs están en huelga, los lxs empleadxs de The Creamery llevan a cabo un plan ideado por Carla María de robar el dinero de la caja registradora y fugarse del negocio. Similar a sus visiones políticas imprecisas, no saben bien qué vendrá después: “aquella gran renuncia [que Carla María puso en movimiento]. ¿renuncia a qué?”[8] Tienen una idea de a qué le huyen, pero no saben hacia dónde se dirigen. De esta manera, aunque todxs sienten una gran apatía política, los grandes debates del país se ven reflejados en sus deseos más íntimos; de alguna forma lo que señala el slogan feminista “the personal is political” se dramatiza en esta obra. En otras palabras, las luchas por la libertad y la autorrealización de cada unx sirven de ejemplo de cómo la crisis de soberanía del país es sentida a nivel personal por sus ciudadanxs.
Los días hábiles gira alrededor de este plan de robo y de lo que significa para cada personaje. Para ningunx tenía que ver con el dinero, que realmente no era mucho; la fuga representa la posibilidad de elegir el propio futuro, de no solo heredar los sueños de las generaciones pasadas, de no aceptar las cartas que se les han repartido, y mucho menos de creer que esa suerte echada era producto de su elección. En esta cita que me parece clave, Carlos considera las motivaciones de Carla María para organizar el robo y de cómo él siente que está en sintonía con ella:
La oscuridad de Carla María, y esta era la teoría de Carlos . . . era la oscuridad de querer exactamente lo mismo que quiere una persona como Marielys o una persona como él, a pesar de las diferencias, y saber que lo quiere porque es lo que le han enseñado que debe querer, y, a pesar de quererlo y saber que lo quiere solo porque debe quererlo, querer saber el porqué de ese deber quererlo, y no solo eso, sino querer saber no ya la razón del porqué del deber quererlo, sino las condiciones del porqué del deber quererlo. Aunque todo esto sonaba como un trabalenguas, a Carlos le parecía apto. Quizás fue por eso cuando, antes de irse al cine, ella salió de la nevera y se le acercó a él, que estaba en el área de los helados haciendo el fluffing, y le dijo que asaltaría The Creamery where ice cream meets heaven esa noche, y le preguntó si él ayudaría, él no pudo decirle que no. La entendió de inmediato.[9]
Quizás muchos puerorriqueñxs podemos entender, también “de inmediato”, esta sensación de que las opciones en la isla son limitadas y de que nosotrxs mismxs, a consecuencia, hemos aprendido a limitar nuestros sueños y fantasías.
La novela juega no solo con diversas perspectivas, sino también con diferentes temporalidades. Once años luego de “la gran renuncia” aún lidian con lo que significó esa decisión y qué repercusiones, si alguna, aún reverberan. En el ámbito de la política, la huelga revolucionaria de los camioneros es reemplazada por los despidos de Fortuño y por la imposición de la Junta de Control Fiscal. En cuanto a los cuestionamientos personales, Carla María y Carlos siguen con muchísimas dudas que la novela también invita a lx lectorx a hacerse: ¿Cuán capaces somos de decir lo que realmente sentimos y pensamos? ¿Cuánta atención le damos a ese sentido de profundo descontento en nuestro interior? ¿Qué hacemos con ese sentido de algo podrido que permanece y crece, pero que preferimos ignorar? ¿Cuántos sueños descartamos, creyéndolos imposibles de realizar? ¿Qué significa la fuga en una isla? Al final de la novela, descubrimos que varixs de lxs personajes soñaban con lo mismo, aunque no se lo comunicaron unx al otrx. Al callar sus fantasías, estas no se pudieron realizar. Los días hábiles nos deja con ese reto: no perder el tiempo y reconocer que no estamos solxs.