Una mala maña

cuaderno de lecturas: raquel salas rivera, "(fases superiores)"

Tomo notas de las cosas que leo, pero nunca logro transformarlas en ensayos. La verdad es que una vez que me digo “escribiré un ensayo”, me tranco. Algunas tendencias del género, de la forma, me causan ansiedad. Otras me incomodan. Puedo decir cuáles luego, en un ensayo. Mientras tanto, pensé que quizás podía juntar las notas acumuladas, decir que los textos son como legos y que enchufar uno y otro siempre termina por armar algo y aunque esas construcciones a veces no pueden con su peso y se desploman, otras veces se hacen muro y con cuatro de esos tienes una casa. O, por lo menos, un cuarto en el que sentarte a algún día a escribir un ensayo, o un cuarto que puedes usar de almacén.

Leer “(fases superiores) de Raquel Salas Rivera un 2 de mayo del 2019

public.jpeg

Yo no leí El Capital por primera vez a los dieciséis años. Quizás lo leí a los diecinueve y aun entonces sólo a mitad. Pero sí leí a los catorce, quince y dieciséis años muchas novelas (de fantasía) y, aunque lo hice a solas y no en comunidad, recuerdo contarles a amigos de mis lecturas con una emoción que todavía me sacude un poquito. También recuerdo que soñaba con un grupo de gente que leyera las mismas novelas que yo y, porque no lo conseguí en persona, lo busqué en distintos foros en internet (dial up, 28.8k). Con mi inglés pateao y con preposiciones averiadas, hallé algo parecido a una primera comunidad. En aquellos foros discutíamos posibles secuelas a los libros que leíamos y considerábamos todos los caminos no tomados por el autor preguntándonos “¿y qué si…?”. Una vez, después de uno de esos posts, una de las muchachas sugirió que el grupo siguiera la conversación en un chat y aunque no recuerdo qué plataforma ya obsoleta usamos, sí que nos juntamos. De ahí en adelante las lecturas fueron siempre en corillo. Aunque estábamos a distancia, uno terminaba una página y ansiaba por llegar a su casa y conectarse al internet un ratito con la esperanza que estuviera alguien del grupo para comentarle lo sucedido. Poco a poco comenzamos a soñar una época en la que pudiéramos coincidir en persona, y era cierto que una estaba en Vermont y otros en Canadá, pero sabíamos inevitable nuestro encuentro. Eventualmente se daría el encuentro entre algunos de nosotros, pero ya para entonces yo habría abandonado la fantasía y estaría leyendo a Carlitos y co. a solas.

Tal vez si hubiera leído a Marx en grupo lo habría terminado. Digo esto porque esa es la primera impresión que retengo del poema “(fases superiores)” de Raquel Salas Rivera (de Lo terciario, un tremendo libro que asigné en clase el semestre pasado). La primera estrofa dice así:

cuando leí el capital de marx tenía 16 años. / en las reuniones discutimos romper verjas en Vieques, / y decidimos cómo serían nuestras intervenciones, / cuántos periódicos, si eran reformistas o de cuadros. / marx explicaba la inevitabilidad de la revolución.

Tal vez si hubiera leído a Marx con Salas Rivera, habría podido trasplantar la pasión de mi primera escena de lectura a mi lectura del viejo Carlos. Aunque la verdad es que para los diecinueve años yo era bastante amargado y no habría podido creer en la inevitabilidad de nada, mucho menos de la revolución. Según mis diarios, es a los veinte que finalmente sacudo la angustia adolescente y comienza mi optimismo, no sé por qué.  Imagino las reuniones de la primera estrofa del poema con un poco de envidia. Las imagino como eventos intensos como los que ansié cuando leí mis primeras novelas. Imagino a los integrantes del grupo de lectura discutiendo pasionalmente posibles secuelas a la primera o segunda fase de acumulación, considerando entre risas y complicidad todos los caminos no tomados por la sociedad, preguntándose “¿y qué si…? Supongo que la respuesta para ellos habría sido mucho más práctica que la mía a mis primeras lecturas, hechas en un colegio católico cagüeño de tercera o en una heladería trabajando veintitantas horas a la semana. En vez de irse al chat, como hice con mi corillo virtual, se habrían ido a Vieques a romper las verjas mencionadas, y quizás también habrían ido a la playa y se habrían tirado en la arena y habrían hablado del futuro. Yo nunca he ido a Vieques.

La segunda estrofa también me restriega en la cara la intensidad de lo comunitario de la vida de la voz poética, y me pregunto si la inmediatez del cara a cara y el carne y hueso es necesaria para esa fuerza viva.

coño, nunca había sentido lo que sentí / aquel día que ratificamos el voto de huelga. / tenía 18 años, no había comido / más que una manzana y una barra de avena, / porque cuando no dormía, entraba en fases superiores.

Ese “coño” me mata porque anuncia una honestidad a la que cedo como mantequilla al cuchillo y porque intensifica la envidia de la que ya abiertamente sufro al leer. Ojalá pudiera yo precisar un momento de una sensación tan y tan pura que me llevara a sacrificar sueño y hambre, y llegar a esa abundancia que cancela la necesidad, a esa fase superior con la que sólo he podido soñar y esto nada más en los momentos en los que suspendo la ironía y el cinismo. También entre mis sueños y los del poema hay una brecha incalculable. En los sueños del poema hay guardias que queman medias, hay una CIA que persigue, y se anuncia la muerte de la voz poética o de su madre. En los míos sueño con extraterrestres o que me caigo de los bleachers de la cancha de mi escuela y que nunca llego a azotar el piso. Los del poema son sueños tan intensos como el día de la ratificación de la huelga; sueños que, inevitablemente, chocan con un cuerpo de carne y hueso que insiste en ignorar la fase superior y exige que lo alimenten, que choca con la infame realidad de que la CIA no es la que llega, “sino biles y biles”.  

A veces me tomo los vacíos en un poema como respiros en los que reclamarle. A este le pregunto: ¿cómo se vive así, tan intensamente? ¿Será que hay que sacrificar otra cosa, lo que no cupo en el poema y hubo que dejar para los siguientes? ¿O será que, desde chamaquito, lo hice mal? ¿Fui demasiado solitario, demasiado ensimismado, demasiado duro en carne y hueso y abierto por internet? Si es así, ¿por qué nadie me detuvo? ¿Por qué nadie me dijo sal de ahí, chivita, chivita; sal de ahí de ese lugar? ¿Por qué me llegó la intensidad de la lectura política tan tarde? ¿Por qué nunca fui a una asamblea universitaria, por qué nunca voté por nada? ¿Cómo es que en lo que coincido con el poema es en la parte de la desilusión, el choque con los biles y biles que enfrenté desde ese primer trabajo?  

A veces lo que más le resiento a la poesía es lo rápido que me lleva del allá al acá, la velocidad con la que me arma un mundo al que quiero huir y luego me devuelve al mío, agolpeado. Al final, el poema de Salas Rivera regresa a la primera escena (de lectura de Marx). Aunque nos dice que hubo otras posteriores, ahora insiste en aquella. No sé si esas otras las hizo a solas o en grupo, cara a cara o por internet, pero ya algo ha cambiado para entonces; algo se ha perdido. Culpo el hambre, los biles. La última estrofa ya no late con el presente de las otras, su afecto ya se ha ennegrecido, aunque sea un poquito. Es entonces, desafortunadamente, en que me hallo eco en el poema. Y me sorprendo: la honestidad de su enunciado, lo primitivo de la impresión, tan anterior a la acumulación crítica, captura algo tan, pero que tan cierto de mis primeras lecturas tan enajenadas, tan más allá que acá. También captura algo de la primera escena de lectura en general. Dice: “recuerdo que esa primera vez que leí a marx, / quería ser marx y también caerle bien. / eso era lo más importante: / caerle bien a carlitos”.  

No es lo mismo, ni se escribe igual, pero termino la lectura con el poema entrañado, queriendo decirle a Salas Rivera, a quien no conozco, que no me importa si le cae bien a Marx, pero sí me cae bien a mí, y mi segundo nombre es Carlos.

Aunque la verdad es que no quiero saber si le caigo bien yo porque estoy demasiado lejos y porque ya me he acostumbrado a leer a solas, a hacer de la comunidad algo que sólo se mira con las manos y se toca con los ojos.