Una mala maña

cuaderno de lecturas: arshile gorky, “el arado y la canción”

Mirar “El arado y la canción” de Arshile Gorky un 10 de septiembre del 2019

public.jpeg

Miro una pintura y de repente me digo “estoy viendo formas orgánicas, veo narices e intestinos, y veo nalgas, aunque también eso puede ser una flor, o un niño eñangotado”. Aunque la verdad es que la primera vez que la miré no vi mucho más allá que el color; que el amarillo y esos anuncios de rojo y verde y ese punto negro que se lanza a la izquierda, y me dije “esas formas parecen organelles.” Inmediatamente busqué por internet qué rayos son “organelles” porque últimamente pienso en palabras que no existen en ninguno de los dos idiomas con los que brego en el día a día. Resulta que son orgánulos, pero que los pensé en inglés. Y resulta que orgánulos son las diferentes estructuras contenidas en el citoplasma de las células—eso de Wikipedia. Es decir, los orgánulos son como los órganos de las celulas aunque no son tal cosa. De hecho, el nombre depende precisamente de esa asociación y de nada más; o sea, la palabra orgánulo es una metáfora, y qué lindo pensar la biología como espacio también de la poesía. Es posible que lo haya pensado en inglés porque en algún lugar habré escuchado algo, o porque—y esto es anécdota distinta—cuando tomé la clase de biología en décimo grado usábamos un libro de texto en inglés. El libro era grande y gordo y pesado y servía perfectamente para matar las abejas que invadían el salón en plena clase. (Otro pensamiento asociativo: matábamos abejas y aún nadie nos decía que el mundo entero las mataba). El libro de texto era en inglés y apenas ninguno de nosotros hablaba inglés, y si aprendíamos algo era porque Misis López era simpática y era buena traductora y de algún modo hacía que aquello calara. O quizás las imágenes eran lo suficientemente claras como para ilustrar lo que la prosa seca nos quería decir.

Quizás ahí puedo regresar a la pintura en cuestión porque es precisamente lo contrario a cualquier imagen de un libro de texto de ciencias. Aquellas imágenes ilustran o explican o diagraman. Esta pintura de Gorky no muestra ninguna forma orgánica, ninguna nariz, ninguna nalga, ningún niño. Lo que nos muestra es el amarillo, el amarillo oscureciéndose, aclarándose, y la manera en la que círculos deformes (o formas decírculas) hechos en rojo nos atrapan el ojo, nos tiran para la esquina izquierda inferior y luego estamos en el centro hacia la derecha, y allí un hoyo negro que podría ser cualquier hoyo negro. Diría que lo que está encima, también en negro, tiene algo de trompa de Falopio o de lámpara de Aladino, pero eso sería ceder nuevamente a esa pulsión de libro de texto, a esa necesidad interpretativa que quiere hacer a la pintura un examen Rorschach. (Tengo que suspender la pregunta: ¿y qué si el pintor la quería así, rorcharchiana?).

public.jpeg

Con la pintura abstracta pasa algo muy loco (y esto lo digo sin entrenamiento alguno): aunque la primera vez en la que uno mira una obra abstracta, ve sus partes, ve sus elementos, rápido pasa uno a una pose interpretativa que si no da resultados inmediatos, nos lleva a despacharla y pasar a la siguiente pintura en la pared de la galería (Ese uno soy yo). O sea, precisamente porque es tan abstracta, en su abstracción dejamos morir la mirada analítica, claudicamos anntes de armar un inventario de los elementos que vemos. Quizás porque nos parece que la descripción de esos elementos casi reta el lenguaje metafórico—al fin y al cabo no tiene el mismo efecto el decir “circulito como que rojo y deformado” que la simil del orgánulo. 

Tomo estas notas sobre la pintura de Gorky con fines ulteriores. Traeré un grupo de estudiantes mañana al Allen Memorial Art Museum a analizar la pintura. Lo que quiero es precisamente obligarlos a detenerse en lo analítico, en resistir darse a la interpretación, aunque sea por un momento. Para eso tengo que obviar la fecha en la que se pintó, el autor, el hecho que era un surrealista y que como tal Gorky daría a la obra una interpretación medular, o por lo menos estructural: subconsciente, etc. También debo ignorar el título: The ploughing and the song (1947) porque inevitablemente recurrirían a buscar el plough, la canción, el asunto. 

Bueno, supongo que Arshile Gorky (1904-1948) no es un surrealista tal cual, pero eso no cancela lo anterior. ¿No eran los expresionistas abstractos (eso sí era él) secuela de los surrealistas? Quizás no lo eran y tendría que leer más, pero ando corto de tiempo y aquí anoto notas y no investigaciones. Según lo que me dijo la tranquila pared del museo y la curadora que me la recomendó, Gorky había sido desplazado por lo que terminaría siendo el genocidio armenio a manos del imperio otomano. La obra, o por lo menos, su título, remite a una infancia inexistente, o a una idealización de aquello que se ahogó en un mar de sangre: un espacio rural de colores terrenales (el arado) y la canción, quizás la canción de cuna de la madre que muere de hambre en pleno escape… Pero aquí me detengo, porque la meta era resistir la interpretación, darle sólo al análisis como se da al gimnasio, aunque nunca uno se vaya a tirar la maroma de correr un maratón.

(Nota posterior del 13 de septiembre: Lo que sí vieron los estudiantes, que yo no, fue la línea, esa línea negra que te atrapa el ojo y te lo arrastra a través del canvas, esa línea negra que ahora no puedo no ver, y me pregunto cómo es que se me escapó antes y si es tan línea y tan negra y tan canción arada en el amarillo).