Una mala maña

Notas rápidas sobre La distancia de la luna

“Boricua en la Luna” es un himno clásico sobre un joven nacido fuera de Puerto Rico, que sueña con volver a la casa de sus padres pero nunca lo hace. La canción, que está basada en un poema escrito por Juan Antonio Corretjer, evoca vívidamente temas de desplazamiento y conexión. Y afirma que la puertorriqueñidad existe sin importar dónde se viva, declarando, “yo sería borincano aunque naciera en la luna.”

Eso hizo que nuestro equipo se preguntará: “¿qué pasaría si un puertorriqueño realmente naciera en la luna?”

Le pedimos al laureado escritor puertorriqueño Sergio Gutiérrez Negrón que respondiera a la pregunta en un cuento de ficción. Kelvin es el primer humano nacido en la luna y crece allí solo. Al escuchar las grabaciones que le envía su abuela, aprende a amar una isla que nunca ha visto. Pero cuando finalmente conoce a alguien más en la superficie lunar, Kelvin se enfrenta a un dilema sobre su apego a la luna y a Puerto Rico –y cuánto puede aferrarse a cada uno de esos dos lugares que lo hacen ser quien es.
— Alana Casanova Burgess

La escritura pa’ mi es una cosa bien solitaria. O sea, me refiero al momento mismo de escribir. Pero trabajar con el equipo de La Brega en el episodio La distancia de la luna fue un aprendizaje de los buenos.

Hubo un montón de momentos y lecciones gratos.

Uno de ellos fue trabajar con Alana Casanava Burgess, que es una lumbrera. La verdad que conozco a pocas personas tan generosas y brillantes. Si tienen la oportunidad de colaborar con ella en La Brega o en lo que sea, aprovechen. Alana puso el pie forzado, el prompt, “qué pasaría si un puertorriqueño realmente naciera en la luna?". Y yo que creo que lo literario ocurre a destiempo y a pesar de que van 14 años fuera de la isla todavía estoy pensando y bregando con lo que viví allí, lo aproveché como primera aproximación a “los días porosos” (dixit Urayoán), a esa cosa de estar no-estando o no-estar estando.

Una segundo lección fue aprender a escribir “con el oído”. Metiéndole a “La distancia de la luna” me di cuenta lo poco que, normalmente, privilegio el oído. En las cosas que escribo hay mucha música, creo que hay un ritmo en la narración, y todo eso, pero nunca es la oreja el norte. Míope que soy, en todo parto o de una imaginada visión lúcida o de su opuesto, de la ofuscación. En este cuento intenté hacer otra cosa, y cada reunión con Alana, con todo el equipo de La Brega (Jeanne, Ezequiel, Jenny, Maria, etc.) y con el super ingeniero de sonido Joe Plourde, fue una lección, una clase de cómo conversan y leen y hablan la gente que vive de eso, de la oreja.

Y una tercera cosa que fue rarísima fue escuchar Keren Lugo. No porque Keren sea rara (no tengo pruebas de ello), sino porque en el momento que la escuché leer el texto pensé que la suya era la misma voz que imaginé al escribir. O sea, estuve seguro que me había imaginado la voz Keren. Es muy probable fuera una de esas cosas como cuando crees que recuerdas un momento de tu niñez pero realmente lo que recuerdas es el recuerdo de haber visto una foto del momento o de haber escuchado la historia de alguien que estuvo allí, pero igual cómo separar el recuerdo del recuerdo del recuerdo, y ¿pa qué intentarlo? O sea, así: la voz de Keren se me metió en la cabeza y ahora la escucho todo el tiempo. No sé cómo hacen los guionistas y los dramaturgos y no sé cómo lo hacen los actores como Keren, pero es como magia.